Impresiones: Elogio de la incertidumbre
Acerca de la charla "Una lengua convoca: el aymara", a cargo de Emilio Pinto y Mario Guachalla Canqui, realizada el sábado 22 de agosto, en el marco del Segundo Festival Espacio Enjambre.
En la libreta hay datos.
El origen del pueblo aymara, según el calendario gregoriano, puede rastrearse hasta tres mil años antes de Cristo, en la cultura Puquina, a la que siguieron la Chiripa y la Wankarani hasta la formación, entre cien y cuatrocientos años después de Cristo, del Imperio Tiahuanacota de los Kollas en la ribera sur del lago Titicaca, en el territorio conocido actualmente como Bolivia. Los dominios del Imperio Tiahuanacota –sur de Perú, altiplano boliviano, norte de Chile y algunas zonas del noroeste de la Argentina–, donde se hablaba aymara, estaban atravesados por una red en la que se intercambiaban, entre otros productos, algodón, tabaco, coca, pescado seco, cobre, maíz y tejidos. De ahí –la cima– en más –fines del siglo IX y comienzos del siguiente–, la caída: sequías extremas y prolongadas: las aguas del Titicaca en retirada, los cultivos al borde de la extinción, hambre y muerte, tras la cual, en el siglo XV, llegaron los Incas. La invasión europea, a partir del XVI, intentó aniquilar la cultura aymara, pero ésta resistió. Resistió su lengua: la hablan en la actualidad tres millones y medio de personas en Sudamérica. Resistió su agricultura: variedades de papas, quinua, complejos sistemas de riego en altura. Resistieron sus tejidos: tramas multicolor con animales, líneas, figuras geométricas y símbolos astronómicos, que, más que prendas y elementos decorativos, son compendios cosmológicos. Resistió su cosmovisión tripartita: por un lado, tres divinidades: Pachamama, madre y señora de la tierra pero, sobre todo, del tiempo y el espacio; Mallku (masculino) o T’alla (femenino), espíritu de las montañas nevadas, fuentes de los ríos que alimentan la vida, y Amaru, serpiente que simboliza el movimiento del agua y la fertilidad del suelo; por el otro, tres niveles del mundo: Arajpacha, lo que está arriba de la tierra –el sol, la luna, las estrellas y, en suma, el cosmos–; Akapacha, la superficie de la tierra y todo lo que la habita –personas, plantas y animales–; y Manqhapacha, el interior de la tierra.
Esos datos son correctos, según Emilio Pinto y Mario Guachalla Canqui, funcionarios del gobierno boliviano y conocedores profundos de la cultura aymara. Pero son correctos, explican citando al filósofo latinoamericanista Enrique Dussel, desde el punto de vista eurocéntrico de concepción del mundo y segmentación de la historia. Un punto de vista tan distinto del aymara como el de una canciller alemana o el de un primer ministro francés o británico –lo mismo da el gentilicio mientras pertenezca a una ex potencia colonial– lo es respecto del punto de vista de un inmigrante –no importa por qué motivo, si político, si económico o si humanitario, como si los dos anteriores no lo fueran o como si tampoco lo fuera el impulso nómada que hay en todo ser humano–.
El punto de vista aymara, planteado por Emilio Pinto y Mario Guachalla Canqui, expande el horizonte de comprensión. Según el matemático boliviano Iván Guzmán de Rojas, citado por Mario Guachalla Canqui, "para el hombre que piensa en aymara, su premisa es que el pasado está adelante y el futuro atrás. El tiempo es el que transcurre implacablemente hacia adelante de modo independiente de cómo los humanos actuemos. No podemos dejar de ver lo que nos ha devenido desde lo inconocible allí atrás, hacia lo contemplable aquí delante. El pasado no se puede olvidar, está adelante de nosotros grabado en nuestra memoria. Lo escabroso del pasado lo podemos ‘allanar’ (‘pampachaña’), pero no podemos dejar de verlo. La palabra ‘garüru’ (mañana), se compone de ‘garu’ (seguidamente atrás) y ‘uru’ (día), y su mímica consiste en señalar hacia atrás y arriba; ‘masdru’ (ayer) se señala hacía adelante abajo; ‘gepa’ quiere decir tanto ‘atrás’ como ‘después’".
No es sólo cuestión de tiempo. Mientras la lógica occidental tradicional se rige por los valores "verdadero" y "falso", la del aymara es trivalente porque a aquellos dos suma el "incierto". Por tal motivo, los enunciados se construyen, no con palabras de conexión, sino con sufijos, lo que permite llegar a conclusiones a partir de premisas dudosas o apenas plausibles. Así las cosas, dice Mario Guachalla Canqui, en el aymara algo puede ser "quizás cierto y quizás no cierto", porque "la ambigüedad tiene valor, la incertidumbre importa". Más que los datos de la libreta.
Miguel Prenz Autor de los libros de crónica “El heredero del General” (sobre el destino de los bienes de Juan Domingo Perón) y “La misa del diablo” (anatomía de un crimen ritual). Fue editor de la revista “Soy Rock”. Publicó crónicas y perfiles en las revistas “Soho”, “C” (del diario “Crítica de la Argentina”), “Maxim” y “Anfibia”. En 2010 fue seleccionado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, presidida por Gabriel García Márquez, para participar del taller de reportajes dictado por el periodista estadounidense Jon Lee Anderson, de la revista “New Yorker”. Desde 2007 es docente en la escuela de periodismo TEA.
Miguel Prenz ha coordinado talleres en Espacio Enjambre y participado del II Festival Espacio Enjambre.