Sobre poesía
Eclipse
Ese día miramos el eclipse
con el culo de una botella de cerveza.
Sobre el borde desparejo de un círculo gris
se veía una luna en cuarto menguante
que brillaba lastimosamente. Las gallinas
desorientadas buscaban las ramas
donde acomodarse en esa noche
que se venía a deshora.
Se van a quedar ciegos no sean idiotas
háganme caso, decía mi mamá.
Ahora tengo los ojos bien abiertos
sin un vidrio oscuro que los proteja
viendo como se viene otra noche a deshora.
Todos siguen como si nada
como ciegos que apuntan
con su rostro a un horizonte que no ven
dándole la razón a mi madre.
Generación
Mirábamos pasar los barcos
con la certeza de que
algún puerto habría
para nuestro futuro.
La bruma solía levantarse
como una advertencia
cerrándose de orilla a orilla.
el río
era un camino que se abría
en un oleaje persistente
diciéndonos
que no sería fácil,
sin embargo
ya empezábamos a navegarlo.
Nunca,
jamás,
el miedo fue superior al deseo.
Río V
Este río se hunde
en las arenas de su cauce, es una tela
de agua límpida
transitando hacia un destino más trágico
que sucede en otra provincia.
Nosotros nos tiramos
sobre su corriente
o caminamos sobre ella
igual que Jesús ante los pescadores;
disfrutamos el frescor
que nos da en este enero
infernal.
A Paloma es el lugar
que más le gusta, no hay
sobresaltos, ni corrientes
violentas, ni piedras
filosas, sólo agua
que ella cree dominar
y no la intimida.
Algunos amigos
se fueron al mar
y mandan fotos
extraordinarias de vacaciones
únicas e inolvidables.
Nosotros estamos varados
en estas arenas
de un cauce mediterráneo,
donde la dimensión
y la felicidad se miden
en la alegría de una niña
que no sabe de geografías ni turismo.
La caída
Todos los cuerpos caen con una aceleración constante.
Todos los cuerpos caen atraídos por el imán de la desgracia.
Deberíamos tener la capacidad de inventar relatos sobre las
grandes caídas imperiales para sentirnos menos míseros, pero,
salvo los superhéroes, ¿quién es capaz de inventar nada en el
descenso irremediable de los acontecimientos?
Según la ley de gravedad, el efecto de ella en todos los cuerpos
siempre es el mismo con independencia de su peso, que los cuerpos
caen con una aceleración constante.
Si hablásemos de nosotros en relación a las leyes de la naturaleza,
estaríamos hablando de la fuerza de gravedad como uno
de los primeros síntomas de los que somos conscientes. Me
pregunto: ¿esta caída es rectilínea y a una velocidad en la que
habremos de desintegrarnos o, como un objeto leve, meciéndonos,
teniendo el tiempo necesario para poder determinar los efectos
de la degradación hasta corroer la conciencia?
De ser posible, para medir el tiempo de esta caída, elegiría una
de las tres que tuvo Galileo, esa donde tocaba el laúd mientras
soltaba una esfera hasta que daba con su peso en tierra, mientras
contaba las notas que entraban en ese lapso de tiempo.
Pero es trocar un hecho hasta volverlo compasivo como para
estar hablando, sin vueltas, sobre esta desgracia que pudre el alma.
Deberíamos saber dónde está la herida que no cesa, en qué
rincón o lisa dermis va abriéndose camino magullando el cuerpo.
No basta con que el día sea brillante, con que el charco refracte
con inclemencia tanta luz si no podés saltarlo; que el impulso
no sea suficiente y el espejo, como otra verdad insoslayable, se vuelva
barro en la caída.
Toda decepción activa el hipotálamo, pero no hay glándula
capaz de asistirnos para evitar el padecimiento.
Caemos en una desgracia y discurrimos sobre la caída viendo
donde sujetarnos, a qué ángel salvador poder asirnos.
Me pregunto: ¿vos que siempre te pusiste a la saga de los vencedores,
que enhebraste nubes para cosechar tu propia lluvia cuando
la sequía, y ahora estás a la diestra de esos seres que endiosaste
esperando el milagro, tenés alma? ¿Creíste en ella alguna vez
y la cuidaste como a un niño? ¿Pensarás en el alma cuando te llegue
la muerte, esa caída brutal y definitiva? Porque no es fácil aferrarse
a las riendas de los monstruos esquivos que elegiste adorar, y plantaron
la certeza de que nada hay más fácil que la muerte.
Deberíamos saber dónde está la herida o el único lugar sin llagas
que nos queda.
Ver si desde allí, con la paciencia propia del orfebre, la dulzura
en los modos y decidida intención, podemos reconstituir
aunque más no sea el grito de dolor que alguna vez contuvo el cuerpo
antes de la caída, igual que un encarnado rubí sobre la palma de plata
en la joya que corona la cabeza del orate.
Deberíamos saber dónde está la herida que no cesa, en qué rincón
o lisa dermis va abriéndose caminos.
No basta con que el día sea brillante, si el alma existe o es retórica
para enlazar los versos cuando la muerte se vuelve inapelable,
y es casi inapropiado cuestionar o revertir esto que vemos pasar
mientras caemos, y somos presas del odio, nosotros que tuvimos
el amor como trinchera.
¡Ah de esa pelea contra la ley de gravedad con la intención de hacer
belleza, vuelta ya una mancha, pura procacidad!
Como el estallido en la caída, que hicieron de las formas distintivas
fino polvo, blancos destellos esparcidos o apenas los pedazos,
igualando o volviendo indiferentes al enano de jardín con la más
exquisita porcelana traída de la China.
Todos vueltos desperdicios o pura baratija.
Todos como una inmensa resaca de lo que alguna vez se tuvo,
después de la caída.
SOBRE POESÍA
La poesía no me da de comer, pero me alimenta. Es probable que muera famélico y desnutrido, pero la poesía no tendrá nada que ver con eso, ni siquiera para escribir sobre ello. Yo hablo de otra hambre de otro alimento
La poesía puede ser un modo de llegar a la verdad, pero no es el camino que a mi me interese, la prefiero en el limbo donde todo puede suceder, aun como la máxima estafa en nombre de lo cierto.
Hoy por hoy la poesía sirve como un modo de contingencia social. Muchos se dedican a ella porque íntimamente se reconocen como malos dibujantes, tímidos para dedicarse al teatro o muy pobres para hacer cine, entonces se aferran a la poesía como un modo de ser parte de un mundo artístico que es humo, puro humo. Hoy las redes sociales ayudan a difundir ciertos modos de contaminación social, y muchos de los poetas que aparecen en las redes hubiesen querido ser reconocidos más como futbolistas o dirigentes altruistas que como poetas, pero los esguinces o la imposibilidad de ser buenos todo el tiempo son muy frecuentes.
La poesía es algo que debe sacarse, de algún modo debe sacárselo uno de encima, porque la poesía pesa hasta el agobio. No existe poesía etérea, la liviandad de la poesía es un engaño para inocentes. La poesía responde a la ley de gravedad y es más rápida que toda conciencia: intentamos percibirla a la altura de los ojos, y terminamos percibiéndola a ras de tierra con todo lo que ello implica. La poesía no te eleva, por el contrario, obliga a inclinarte. Pero, si por alguna razón ajena a toda especulación, la poesía resulta etérea, sin dudas a de contaminar el aire, y algo es algo.