En esta estrella voy a guardar mi poema
El jabalí
a Marcelo Bonyuan
Acribillado, dijiste, lo carnearon por la noche
hace una semana esperaste en el cruce
a un desconocido, querías poner a prueba
la felicidad pero de inmediato
el hombre huyó entre los pastizales
dañado desde antes. En
casa del ahorcado
–repetías como un mantra–
sólo se habla de la soga.
Ante lo que no tenemos el mundo representa
una tragedia, cuando trajiste el jabalí
no pensaste en la soga
sino en la persona que escapó.
Mejor sería que no existan animales
que no conocen la compasión,
la caza suelta al vacío ataduras
como las nuestras, todo lo que
procede de estas tierras muere
lo único que posibilita la vida
vale decir es que nos vamos deshaciendo
día a día en este cuerpo moribundo;
yo no sé si te será fácil andar
por los campos, nadie te dijo
no entres en la niebla
porque más allá de la niebla
el fuego apenas sostenía tu llama.
Oscura llamarada de otra luz *
a Irene
¿Qué fue lo más real que te ocurrió alguna vez?
¿El brillo de las estrellas
percibido como un ramo de pensamientos
arrojado al vacío? ¿Y en el vacío
no había un frasquito?
¿Y en el frasquito no había
un papel que decía si te lastimas
me duele a mí o decía
en otro mundo cuando se trata
de los sentimientos el corazón es una fuerza
inversa que fracasa
y fracasa
y fracasa?
¿Y la habilidad para desaparecer?
¿Y el aprendizaje de la soledad?
¿Y el peso de la luz?
¿Existen?
Sabías qué podía escribir
Sabías qué podías escribir
¿Decís? Una campana,
la música del arrepentimiento.
Si pudieras regresar a un punto dorado de referencia
en cámara lenta
qué cambiarías.
¿Mañana te irás?
Dónde tiembla el ramaje de los árboles.
¿En los brotes? ¿Hacía afuera? ¿O dentro nuestro?
¿En un único ardor
acaso golpeando la claridad del día?
Vos y yo
maravillándonos en los hilos invisibles
de las simetrías de las flores.
¿Me vas a decir: “gracias”?
¿O vas a pensar en un llamado telepático para reparar qué?
¿Lo que podría haber sucedido?
¿El mejor de los mundos posibles?
¿O hablaremos alrededor de esta luz invernal?
Qué esperamos de esta fosforescencia.
Qué poemas del futuro estaremos escribiendo.
Y qué del futuro es irrecuperable.
¿Nos reuniremos en los timbales del sueño,
en la melodía perfecta?
¿Decís? Una golondrina
en nuestro interior mientras el mundo se rehace.
Presa de la felicidad. Huyendo.
Qué tendría que volver a suceder.
Quisieras acaso sujetarte a cualquier cosa.
Y vivir y vivir y vivir.
Un milagro alambrando tu voz
abierto en su luz.
¿Y qué hiciste con mi voz?
¿Un hogar para lo inmediato?
¿Decís rayo y qué aparece?
¿La circunferencia de la sombra?
¿El ojo del relámpago?
¿Un pájaro sinfónico ardiendo en el frío?
Hermoso. Impar. Calcinado.
¿No es romántico? Querías hacer un puente
pero hiciste un astro
parecido a una estrella.
¿Nos buscaremos en las constelaciones?
Y qué de los huesos doblados por la pérdida.
¿Cantaste junto al fuego
frente a las flores a punto de desaparecer?
Una canción sobre las hojas de los árboles.
Hojas cayendo en mi mente. ¿O en tu mente?
¿En este instante? ¿En el aire?
¿Acaso no somos cayendo varias veces las mismas hojas?
Una hebra de luz en el aire.
¿Y el cielo? ¿Y el sol? ¿Ya no existen?
¿Y si rogamos para que vuelvan?
El resplandor del anillo en la bóveda celeste
desplumándose como un pajarito.
¿Escuchaste el trinar,
el fin del otoño, las últimas nubes
en retirada?
¿Entonces? ¿Vamos a desplomarnos como un témpano?
¿Te alcanzó la piedra que tiraste?
¿Haremos la diferencia entre las flores?
Animados por el crecimiento
de las raíces de la culpa,
de nuevo la rodaja de luz, dos, tres segundos
y la piedra incendiada
tendría que regresar ahora
vibrando en el silencio. ¿Lo viste?
La curva sentimental
donde voy a guardar las posibilidades luminosas
de aquello que parece sin retorno
y sin embargo retorna
en todas las formas posibles del presente
que el fuego devora.
¿Decías? ¿El gran abandono?
¿Era así? ¿Dónde despertaremos mañana?
¿No hay nada para hacer ya?
¿Decías?
¿Qué fue lo más real que te ocurrió alguna vez?
*El título refiere a un verso de Teresa Arijón en el libro Ostraca. Curandera Ediciones. Año 2011. Buenos Aires. Argentina.
En esta estrella voy a guardar mi poema
En esta estrella voy a guardar mi poema
A su modo la atención hace sitio
Hugo Padeletti
No sé cómo hablar de los distintos momentos en la escritura de un poema. Pero puedo hablar en cambio de mi amigo Marcelo Bonyuan. Nació en un pueblo cerca de Río Cuarto que se llama Vicuña Mackenna, tierra conocida por la caza profesional de jabalí. Un día mi amigo tuvo un accidente en la cordillera, un escenario que conmovió a toda su familia. En el mismo momento su hermano a cientos de kilómetros de distancia tenía otro accidente en una rotonda de Mackenna. Cuando hablamos por teléfono recordé la escena y le conté para recuperarnos del impacto: “te escribí un poema que se llama El jabalí”, unas horas después, por esas cosas que no sabemos muy bien cómo funcionan, nos dimos cuenta de que Bonyuan era jabalí en el horóscopo chino. No quiero hablar mucho de esa situación, digo de la imposibilidad de descansar en paz, ni de las diferentes modalidades del pánico alrededor nuestro. Es así, compartimos un vago sistema de referencias, lo más parecido que conozco a la confianza.
Me gusta la idea de que en la poesía hay sincronías. Tomo nota en diferentes cuadernos, uso diferentes materiales e intento registrar esa suerte de correlato entre lo que acontece fuera de mí y aquello que ocurre en los límites de mi visión. No me tengo que esforzar en crear un territorio nuevo. Lo que sí, me demoro en la mirada, y en los apuntes que voy tomando, a veces como garabatos, otras como dibujos más o menos prolijos o simples borradores mentales. Y cada tanto quedo conmocionado como esa vez que Bonyuan casi desaparece arrastrado por un acantilado igual que esos animales del llano que no saben hacer otra cosa más que mirar todo en forma continua hacia adelante.
Denise Levertov –la idea de volver a leer a Levertov no es mía, sino que es una sugerencia de Sonia Scarabelli– en Algunas notas sobre la forma orgánica, recupera la imagen de constelaciones. Digamos que el poeta constela, hay una sincronización entre el orden íntimo, sensible, la voz del poeta y lo que transcurre fuera suyo. En esa suerte de sincretismo en las experiencias que se unen como si fuesen estrellas de un mismo mapa celeste está lo que me inquieta. No me estimula sino que me incomoda; es el orden de la emoción antes que el de la palabra lo que me interesa. No me pregunto cómo es que el sentimiento llega al habla, dejo que ocurra, sin epifanías, sin rupturas, y de a poco intuyo que ocupo un lugar idóneo para enunciar sin olvidar la orientación de la vista y su lento recorrido en cada cosa.
No hay manuales, no hay métrica, no hay medida del verso. Hay forma, en cambio, y hay únicamente versos. Lo que parece un juego de palabras en realidad es una manera de profundizar la noción de que el habla acompaña el ritmo de una manera orgánica y trato de mantener un vínculo con la palabra como si fuese una prolongación de mi propia voz, no ajena, más bien íntima, conocida, y reconocida por mí, del mismo modo que habito las habitaciones de mi propia casa. No creo tampoco en las formas cerradas, en las consignas, en un método. Sí, por otro lado, trabajo con la atención en la escucha. Supongo que del mismo modo que hay músicos que nunca han ido a un conservatorio, otros podríamos escribir sin necesidad de una clase para aprender rimas o métrica. Porque el sentido de la escritura, tanto en la forma y en el tema, estaría muchas veces, en otro plano. Lo que no quiere decir que no podamos emocionarnos por una rima, o un algún verso que nos salpique endecasílabos por todas partes, sino que, parafraseando a Levertov la forma está en la imagen misma, y podría agregar, por qué no, en la emoción contenida en versos calibrados a su propio ritmo para nada predeterminado.
Pienso en María Teresa Andruetto al recuperar el ideograma chino Wen sin olvidar la referencia a Philippe Sollers. La palabra literatura implica las constelaciones y todas las formas y grafías que el universo ha grabado en aquello que conocemos. Esto último implica pensar que la escritura y el mundo están unidos, perder la atención sobre esta idea creo que es lo que hace que un texto pierda valor, y de hecho cuando hablo de valor pienso en el valor estético, no sólo el contenido sino que algo también de las formas se pueden desalinear si no consideramos este vínculo entre lenguaje y mundo. En sintonía, hablando de frecuencias en común, leo una nota de Guillermo Salvador Marinaro en la que explica: “El ideograma “以前” (“antes” o “anterior”) está compuesto por “前” que denota lo que está adelante. En chino, el pasado está al frente y el futuro hacia atrás. Miramos el pasado para poder avanzar, sólo la experiencia que recordamos nos prepara para lo que está por venir. De eso está hecha la memoria.” Y me pregunto si la escritura no prefigura un doble movimiento entre el porvenir y aquellas huellas que vamos dejando en el mundo. Porque a fin de cuentas en alguna oportunidad se tendría que unir la líneas de puntos imaginaria entre lo que acontece por fuera nuestro y lo que se resuelve en nuestro paisaje interior y entre las experiencias ya consumadas, o narradas, y el deseo ciego abierto hacia el futuro. Y quién dice que la poesía no aparece en esos espacios o intersticios de la experiencia que apenas se perciben e intuyen.
Y ahora me acuerdo no sólo de Bonyuan manejando en la ruta sino también de otro texto que escribí en varias veces, y sigo escribiendo, donde el ritmo se sostiene como un acto reflejo de la mente y de la voz a la vez. No pienso en preguntas retóricas. No pienso en aliteraciones. En este otro poema, Oscura llamarada de otra luz, recupero voces y sentidos de manera superficial que están inscriptas en Diana Bellesi e Irene Gruss a partir de un diálogo imprevisto que implica releer la obra de ambas poetas argentinas. Pero el ritmo –la voz en el poema y luego mi propia voz– no se agota sólo allí. Hay algo del regreso en modo de notas, piezas, tonos, recorridos imprevistos de lectura. Y hay algo también sobre lo que vendrá que no sé bien de qué manera enunciarlo.
Hace poco, por ejemplo, Laura Escudero Tobler se mudó de su hogar en las sierras a un departamento a dos cuadras de la cañada de Córdoba capital. En sus últimos días dejó atrás un incendio, literalmente otra casa a pocos metros de la suya se prendió fuego y desde el espejo retrovisor ella observó la imagen de otro hogar consumiéndose por las llamas entre los árboles. Para ella fue una señal. Su gato se llama Sushi, antes vivía en el monte y ahora tiene miedo de moverse por el balcón, de asomarse por una ventana y desconfía de los pájaros y las flores del barrio. Es parecido al gato del poema El sabio de Denise Levertov, “una especie de buda”, dijo Laura Escudero en otro poema suyo, que acompaña y nos recuerda las cosas que hemos perdido desde un gesto casi zen. Digo, ¿no hay acaso diáspora y movimiento en la escritura?
Más adelante Laura me escribió y me contó de Paul Tortelier y de una analogía entre Bach, sus composiciones y el recorrido del agua. De la misma manera que el arroyo llega el río, y el río llega al mar, creo que la poesía tiene un movimiento a cuenta gotas. Y así como de acuerdo a la dirección que tome el agua, parafraseando a Tortelier, tendremos un estado de ánimo diferente, de acuerdo a cómo se resuelve el nudo sentimental de un poema (si es que podemos hablar del nudo de un poema) tendríamos un efecto diferente en cada uno de nosotros.
Entonces podemos ser poetas románticos o muy sentimentales. O mantener un registro más llano. O lo que fuese. Y cito otra vez a Levertov: “Una manifestación del sentido de la forma es el sentido que tiene el oído del poeta de una norma rítmica peculiar a un poema en particular, de la cual parten los versos individuales, y a la cual retornan”. Y me pregunto ¿no son las aguas de un arroyo, de un río, de un océano como los versos de un poema que de a poco ganan terreno, impulso y dimensión a medida que avanzamos en la lectura? ¿Y no son las mismas preguntas que me hago en ese otro poema como los ramales y las bifurcaciones de una corriente que arrastra lo que encuentra y se lo lleva y se lo lleva hacia quién sabe dónde?
Vuelvo. Hace dos años el padre de Bonyuan falleció. Viajé 100 kilómetros en una tarde de viento para verlo. La madre me abrazó. Me enseñó un altar de San Expedito. Y me invitó a rezar. La acompañé. Dejé un sobre con varias intenciones. Esa última parte no la quiero contar. Tampoco sé si puedo. Pero sí puedo decir que en una tarde gris de un pueblo gris de un mundo gris nos acompañamos los tres. Y que antes de subirme al auto para regresar a mi casa me contaron que hicieron una copia del poema que le dediqué. Lo ubicaron en el corazón de su living y cada tanto lo leen y se emocionan y yo todavía me emociono con ellos.
Referencias:
Andruetto, M, T (2015). La lectura, otra revolución. Buenos Aires. FCE.
Bellesi, D, (2009). Tener lo que se tiene. Buenos Aires. Adriana Hidalgo.
Gruss, I, (2008). La mitad de la verdad. Argentina. Bajo la Luna.
Marinaro, Salvador (16 de Julio de 2018) en
https://www.facebook.com/pluriversolaurarojo/photos/el-ideograma-%E2%80%9C%E4%BB%A5%E5%89%8D%E2%80%9D-(%E2%80%9Cantes%E2%80%9D-o/459918231139521/
Tortelier, P (16 de marzo de 2018)
https://it-it.facebook.com/educaciondetache/posts/1774888619486062
Levertov, D, Some notes of organic form; disponible en línea en
https://www.poetryfoundation.org/articles/69392/some-notes-on-organic-form-56d249032078f consultado el 7 de octubre de 2018