Mi primera borrachera

Mi primera borrachera sucedió a los 11 años. Fue con caña blanca. Mis tíos, los Ortiz, estaban techando el galpón de su casa, que hasta el día de hoy cumple función de ogaguy. El ogaguy es un espacio abierto, sin paredes, pero techado, en el que se come, se vive, se está mucho tiempo. Al lado de ese ogaguy está aún hoy el pozo de agua (un agua rica, cristalina, con culantrillos, especial para el tereré) y un poco más adelante, pero su sombra lo protege y se une al reparo del galpón, está el frondoso timbó. Así pués, como contaba, ese día, mis tíos y un par de jornaleros, entre los que estaba Dionisio Espínola, reparaban el techo con atados de kapi'i pytä (paja brava) y mientras trabajaban arduamente, se aclimataban de vez en cuando, dandole un trago al cuartí de blanquiju, de caña blanca clandestina hecha en los alrededores, con agua del estero Piraguasú. La caña estaba en una botellita de coca cerrada con un pedazo de marlo de maiz. Yo, mita'i cabezudo, bajé corriendo de mi petizo Cañete y, creyendo que era agua, le metí alto tragazo, un trago de siete ñemoko, como dice mi tío Kambalóre. Dionisio dijo: A la puta, ombojahu pora la kavaju itrágo. Puede bañar perfectamente al caballo con su trago. Pero después de semejante hazaña, mi opera prima como "contrario", quedé completamente pichorö (pito amargo=ebrio). Mis tíos me sacaron un par de baldes de agua y llenaron un fuentón de lata gigante y, sabiéndome en pedo, me instaron a que fuera a bañarme. El bañito improvisado era una piecita oscura (en aquellos tiempos no había luz eléctrica en el campo) y yo les hice caso. La cuestión es que, alegre de más, yo cantaba y me enjabonaba. En un momento se me cayó el jabón Pilar al piso; al levantarlo del rincón seguí cantando y enjabonándome como hasta hacía un rato. Lo cierto es que en vez de jabón me deslizaba por el cuerpo un tremendo sapo, que por fuerza de la presión que ejercía mi mano y la refriega por el cuerpo, sacaba sus vísceras por la boca. Oh, esa es la magia del blanquiju. La recuerdo con cariño. Bebida espirituosa, la más barata y marginal de todas, pero la más excelsa. Cómo quisiera volver a tomar esa caña clandé, que algunos detractores decían que, a veces, venía con algún fragmentito de nenúfar (me gusta decir nenúfar y no aguapé o camalote). No esa puerqueza del Tres Leones o la Fortin. No, caña! Caña del Paraguay, la bebida más rica que dio todo el cono sur y que el contrabando aniquiló, salvo en las casas de esmerados cultores, gente grande, que todavía (con miel, con frutitas de palmera jata'i) sigue elaborando el elixir de la guaripola. Hoy en el Mercadito de Formosa me quisieron cobrar un cuartí de esa caña mala, semi industrial, que se vende en botellitas de cervecita Miller, de marca Piribebuy, 250 pesos. Obviamente, la compré!