Cuestionario: Cecilia Maugeri
Cecilia Maugeri, quien coordina el nodo Escritura en vivo en Espacio Enjambre, responde a las seis preguntas para escritores.
-¿Cómo describirías tu propia historia con la lengua? ¿Cómo fue y es tu relación con contar, callar y escuchar?
Alguna vez intenté un relato autobiográfico sobre este tema y lo abandoné porque se empezó a abrir tanto que me perdí. Cada vez aparecían más pequeñas lenguas que iba identificando en mi historia con el lenguaje. Para ser breve, voy a contar algunas anécdotas de tres personas fundamentales que me la enseñaron: mi mamá, mi papá y mi nonna.
Según mi mamá, yo hablaba antes de haber aprendido el español. Para explicarlo, siempre cuenta una anécdota que obviamente no recuerdo. Resulta que le había pedido a Laura, la chica que me cuidaba, que me llevara a jugar al Parque Lezama. Cuando volvimos le conté, en una media lengua, con gestos y expresiones, que habíamos tomado un colectivo para encontrarnos con un chico (que resultó ser el novio) y que me habían dado chocolate. Al día siguiente, mi mamá interrogó a Laura, que no entendía cómo se había enterado de todo, porque yo no hablaba. Lo que no sabía es que sí podía comunicarme.
Con mi papá hay otra anécdota relacionada con sus artilugios de vendedor. El caso es que viví mis primeros tres años en un negocio de antigüedades en San Telmo. Mi mamá me dejaba gatear entre las piezas y manipular objetos delicados porque creía que así evitaría que fuera torpe. Se equivocó (recién volqué mate sobre un libro que me acabo de comprar). Mi papá vendía en español, inglés y portugués. Y cuando no sabía un idioma, más o menos lo imitaba para congraciarse con el futuro cliente. Yo daba vueltas por el negocio y lo escuchaba desplegar su seducción ante clientes de todas partes del mundo. Una tarde estaba explicando las bondades de una araña enorme de cristal y, cuando terminó, yo aparecí de la nada y, señalando la pieza, rematé la descripción diciendo: “es tremendo”. Los clientes quedaron muy asombrados con la participación estelar de la vendedora enana.
Mi papá también era el encargado de contarme cuentos antes de dormir. Como siempre pedía los mismos, me los había aprendido de memoria. Cuando nació mi hermano, a mis tres años y medio, yo le “leía” los cuentos, es decir, pasaba las páginas del libro y se los contaba de memoria. Pero mi narradora favorita era mi nonna, porque me contaba historias “de verdad”: anécdotas de su infancia, de cuando llegó de Italia en barco y de los conventillos de La Boca. Sus relatos tenían todos los condimentos: humor, suspenso, terror, romance y acción. Había desde monjas peladas y ataúdes misteriosos hasta balaceras en la plaza del Congreso, pasando por su casamiento a escondidas. Todavía le debo la novela de su vida. Es que ella la contaba tan bien, que me cuesta muchísimo escribirla.
-¿En qué se parecen, si se parecen, tu forma de hablar, tu forma de pensar y tu forma de escribir?
Mi pensamiento, cuando está calmo, es parecido a un cielo despejado con algunas nubes que van desplazándose muy alto. Esto pasa pocas veces, generalmente cuando medito o después de haber pasado por una actividad física intensa. Lo que sucede más a menudo es un movimiento parecido a las explosiones de una olla llena de maíz pisingallo. Otra modalidad frecuente es la calesita: caballo, barco, palo, avión, auto, banco, caballo, barco, palo, avión, auto, banco. También hay ramificaciones de ideas tan diversas como la vegetación: desde coníferas hasta plantas rastreras. A veces puede ser como el tránsito: ruidoso, cargado, irreverente. Y a veces, muy pocas, puedo estar en la “caja de la nada”. Pero suelo asustarme y me distraigo con lo primero que encuentro.
Mi forma de hablar, en cambio, es bastante mimética. Supongo que lo tomé de la costumbre de mi papá de hablar como el cliente. Así que depende bastante de con quién esté hablando. Suelo espejar mucho el habla de los demás. A veces hago el experimento de concentrarme antes de decir la frase, como si la estuviera escribiendo por dentro. Me gusta cuando lo logro, porque el habla termina teniendo otro peso, se hace más contundente.
Mi forma de escribir puede ser mi forma de pensar o de hablar y también puede ser cualquier otra cosa. Quiero decir que la escritura no me obedece, tiene su propio ritmo, su propia expresión. Yo trato de no entorpecerla, de acompañarla de alguna manera. Me viene ahora a la mente el texto de Felisberto Hernández, “Explicación falsa de mis cuentos”. Siento justamente eso, que en alguna parte de mí va a nacer una planta. Sólo que está hecha de lenguaje.
-¿Qué significan para vos, a la hora de escribir, la música, el oficio, los rituales?
La verdad es que, a excepción del mate, no tengo un ritual de escritura. Me encantaría y a veces lo intento: pongo música, prendo sahumerios. Pero no dura mucho, no se convierte en costumbre. La realidad es que escribo donde, cuando y como puedo. No tengo una rutina.
Lo único que sí pude sostener durante bastante tiempo es escribir apenas me despierto. Escribir lo que sea, sin pensar, como un ejercicio físico. Es una experiencia muy buena y la recomiendo, ya que la mañana empieza cerca de la escritura y es más fácil llegar al papel si aparece alguna idea, imagen o frase en el transcurso del día. Con este hábito entendí la idea (mejor dicho, me sucedió) de que la inspiración te encuentra trabajando.
-¿Qué te sugiere la idea "el afuera de la escritura"?
El afuera de la escritura me lleva a algo muy primario, profundo, salvaje. Me cuesta pensar que exista algo por fuera del lenguaje. Digo “lenguaje” y no “escritura” porque incluso en la comunicación oral veo lo escrito y lo “escribible”. Fuera de la escritura es, para mí, fuera del pensamiento, un estado de cuerpo puro que sería alucinante tener, pero dudo de que sea posible.
-¿Cómo leés, cómo escuchás un texto?
Me gusta que haya distintas situaciones de lectura. La primera vez siempre trato de ser lo más inocente posible, creer todo, dejarme atravesar por el texto. Me compenetro pero no analizo. Conservo la actitud de la infancia, porque el disfrute me parece fundamental. Si lo perdiera, no tendría mucho sentido seguir dedicándome a la escritura. Las lecturas sucesivas me aportan detalles, sutilezas y una idea de estructura, de tejido subyacente que me fascina. Me encanta ver cómo están construidas las cosas en general y los textos en particular. Por eso me gusta mucho la relectura: me da la pauta para entrar en las bambalinas del texto.
La escucha es diferente. Necesito mucho de la voz del que dice. Espero (casi podría decir que exijo) que la voz del otro me toque, me llegue, me atraviese de la misma forma que la letra escrita. Cuando esto no ocurre, me disperso fácilmente. En cambio, cuando la voz y las palabras logran conectarse, la escucha sucede y me transporta.
-¿Qué artistas, no escritores, te alucinan?
Es muy difícil responder esta pregunta, porque no podría decir que me fascina un artista sino una obra. Y también porque son muchos y siento una especie de injusticia al tener que elegir. Voy a hablar sólo de hoy, es decir que mañana va a cambiar. Tendría que responder esta pregunta todos los días.
En música, estoy muy metida con un disco de Martín Buscaglia: El evangelio según mi jardinero. Y me atrae mucho la producción de tres amigos que me encanta escuchar y ver: Nina Col, Ey Rocker y Shona.
En teatro, últimamente lo que más me llega es el clown. Me encantó Seis y Vuelo.
La danza es un mundo nuevo para mí. La semana pasada fui a ver Namibia y quedé re flasheada.
Hoy en día me siento bastante lejos de la imagen y lo plástico. No sé por qué, ya que fue una experiencia muy intensa durante mi infancia y adolescencia.
Del mundo audiovisual no puedo hablar porque me siento analfabeta. Diría que me fascina Breaking Bad. Sí, me parece una obra de arte. Eso dice mi niña interior. Denle un poco de crédito.
Cecilia Maugeri (Buenos Aires, 1984) es Profesora y Licenciada en Letras (UBA). Es docente del Colegio Nacional de Buenos Aires y coordina talleres de comunicación y creatividad. Se formó como coordinadora de talleres literarios y editora en Siempre de Viaje y Viajera Editorial bajo la supervisión de Karina Macció.
Publicó los libros de poesía malapalabra (Viajera, 2009), visitante/the visitor (Viajera, 2011) y Caballos (Textos Intrusos, 2013). Estudió teatro en Timbre 4 con Claudio Tolcachir y formó parte de la Compañía Knuck.