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Sharon Olds, el descenso a los infiernos personales.



El jueves 3 de marzo se presentó en Espacio Enjambre una antología de la poeta norteamericana Sharon Olds, editada por Gog y Magog y traducida por Ignacio Di Tullio e Ines Garland. La presentación del libro incluyó una entrevista via skype con la autora que habló de su proceso de escritura.

De acuerdo a una leyenda que la misma poeta norteamericana contó, después de terminar su doctorado sentada en la escalera de la universidad con el título en la mano, hizo un pacto con el diablo en el cual renunciaba a todo lo que había aprendido a cambio de lograr escribir poemas verdaderamente personales. Su primer libro Satán dice, que publicó a la edad de 37 años, es el resultado de ese pacto y la entrada al oscuro mundo que ella teje con tanta claridad en torno a los vínculos familiares. Este libro recibió en 1980 el Premio de Poesía de San Francisco.

Toda la obra poética de Sharon Olds es el continuo desmembramiento de lo que se constituye como dado en torno a las relaciones familiares, el amor de los padres se transforma en violencia y odio, la sexualidad es vívida de forma desaforada, la maternidad y sus mandatos son puestos en cuestionamiento. Hay un continuo romper con las concepciones lisas y llanas de la moral calvinista en la que la autora fue educada. La sexualidad y la maternidad se tejen de manera luminosa, como en este poema:

“Una semana después de que naciera nuestra hija,/ me arrinconaste en la habitación de huéspedes/ y nos hundimos en la cama./ Me besaste y me besaste, mi leche desató su/nudo corredizo y caliente a través de mis pezones,/empapó mi blusa. Toda la semana había olido a leche, /leche fresca, agria. Empecé a latir:/mi sexo había sido desgarrado como un trapo/por la corona de su cabeza, me habían cortado con un cuchillo/y cosido, los puntos tiraban de la piel-/y la primera vez que te rompen, no sabes/que vas a cicatrizar, mejor que antes./Me acosté con miedo y sangre y leche/mientras me besabas y me besabas, tus labios calientes,/hinchados como los de un adolescente, tu sexo grande y seco,/todo tú tan tierno, te inclinaste sobre mí,/sobre el nido de puntadas, sobre/lo rajado y desgarrado, con la paciencia de alguien que/encuentra un animal herido en el bosque/y se queda con él, a su lado/hasta que vuelva a estar entero, hasta que pueda correr de nuevo.” [Madre primeriza, p.25]

La poesía de Sharon Olds es un espeluznante descenso a los infiernos personales, lo oscuro no tiene un peso ético o moral, es una experiencia que se vive y se cuenta con la potencia de una herida que está en carne viva y se muestra sin filtros ni anestesia. En la entrevista la autora dice no distanciarse de la experiencia vivida a la hora de escribir el poema, se escribe como si lo narrado quemara en las manos, como si incendiara y fuera necesario soltarlo para aliviar el dolor. En una época marcada por el miedo al otro, por el dedo acusatorio en donde lo desconocido se vuelve perverso y potencialmente peligroso, sus poemas erigen al yo poético y a las propias personas del entorno familiar como principales demonios. La violencia y lo carnal ocupan un lugar simbólico fundamental, el yo poético acepta y permite una imagen dual, todos somos ángeles y demonios. Una madre que ama a su hija y al mismo tiempo es capaz de lastimarla, como se ve en este poema:

“Ella tenía cuatro, él tenía uno. Estaba lloviendo, estábamos resfriados/habíamos estado dos semanas seguidas en el departamento/la agarré para que no la empujara de/ cara al piso, otra vez, y cuando la agarré/ la muñeca la apreté ferozmente, por un par/ de segundos, para impresionarla,/ para lastimarla, nuestra querida hija mayor, hasta casi/ saboreé la sensación punzante del apretón, la/ expresión de mi ira invadiéndola.(…)” [El apretón, p.181]

"Escribo línea tras línea, no escribo poemas" dice Sharon Olds, y en esa afirmación es el cuerpo el que está presente, el que hace de su poesía una construcción del propio cuerpo más que la racionalidad del lenguaje. Primero emerge la intuición, el deseo, la tensión muscular; luego el trabajo técnico y racional con la palabra. El deseo y el placer se encuentran asimilando lo precario y vulnerable de la condición humana, y en el trabajo con las imágenes y las asociaciones, su poesía es capaz de reconstruirnos desde ese desmembramiento social al que estamos sometidos.

La poesía de Sharon Olds nos pone frente al placer, pero no la mujer que se masturba en la tranquilidad de su casa y fantasea con un falo enorme. La mujer que vive el placer en eterna pugna con el día a día, con la experiencia de la maternidad, con la salida del violento nido materno y paterno:

“Ni bien mi hermana y yo salimos de la casa/ de nuestra madre, lo único que queríamos/ hacer era coger, borrar/ su pequeño cuerpo de gorrión y sus/ patitas de grillo. (…)” [Las hermanas del tesoro sexual, p.11]

Esta posibilidad que se brinda la autora, de abrir la caja de pandora, y reconocer los propios miedos y deseos entretejidos, es absolutamente valiente y osada. La poesía es un artefacto que permite planear sobre los propios infiernos personales y alcanzar la altura del cielo. Ya que la poesía de Sharon Olds no termina siendo lúgubre, sino absolutamente luminosa, aquello que nos aterra, la posibilidad de lo fantasmático y obsceno que emerge en torno al yo y a los vínculos que construye, termina produciendo un vuelco hacia lo vitalista. No hay quien pueda brillar si en algún momento no vivió también en el centro del infierno. Si hay calma entonces, que sea después de cuestionar y derrumbar lo esperado, si hay amor que sea después de frotar violentamente los cuerpos.

En Vuelvo a mayo de 1937 se imagina a sus padres parados en la puerta de sus colegios secundarios:

“(…)Quiero acercarme/ a ellos ahí en el sol de esa tarde de mayo y decirlo,/ la cara ávida y preciosa de ella girándose hacia mí,/ su lastimoso cuerpo virgen,/la cara arrogante atractiva ciega de él girándose hacia mí,/su lastimoso cuerpo virgen,/pero no lo hago. Quiero vivir. Yo/ los levanto como a muñecos de papel/ hombre y mujer y los choco uno contra otro/ por las caderas como a trozos de pedernal para/ que saquen chispas, digo/ Hagan lo que van a hacer, y yo voy a contarlo.” [Vuelvo a mayo de 1973, p.49 y 51]

La profundidad, la precisión y la claridad con la que se narran las instantáneas cotidianas, nos logran llevar de las narices al centro de la escena. El lector, al mismo tiempo que el yo poético narra, estalla y se siente perturbado. La poesía de Sharon Olds incomoda, no deja que la atravesemos sin sobresaltos, no es una lectura de transito. Es una bomba que estalla en nuestras manos, un remover la propia mugre y encontrarle un nuevo orden a lo cotidiano. Una voz poética que pica y molesta pero al mismo tiempo nos convoca a amar fervorosamente, y ser fieles a estos monstruos que somos y creamos.


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