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El fantástico cotidiano


Mi primer contacto con lo fantástico fue en mi infancia. Mi madre narraba una y otra vez el hecho que desencadenó que quedara recluida en un colegio de monjas hasta los veintidós años. Su padre, un pequeño comerciante junquero del delta, parecía tener otra profesión más promisoria. Hacía viajes por el río y entraba gente y otras cosas desde el Paraguay. Además de eso se lo conocía por ser un excelente nadador. Una mañana mi abuela lo despidió con el mate de leche en una mano, el último de sus hijos recién nacidos en la otra y no volvió a saber de su marido por unos meses. Mi abuela tenía un mal presentimiento, pero la desaparición era difícil de denunciar. Era habitual que su hombre se ausentara semanas enteras de la casa. La policía no hizo caso a los reclamos que fue a hacer una y otra vez a la taquería. Las versiones de la gente que lo había visto por última vez se contradecían. Estaban los que aseguraban que se había tirado al agua a buscar el bote de una embarcación que se había soltado y que vieron cómo se abrió la cabeza con un tronco que bajaba a velocidad por la corriente. También los que le achacaban una doble vida y lo imaginaban en una casa, lejos, con otros hijos, otra mujer. No faltaba quién decía que mi abuelo se había negado a pagar el aumento de peaje que le cobraba la prefectura por mirar para otro lado y los milicos lo ajusticiaron sin más. El problema era que el cuerpo no aparecía. A don Orendi lo mataron, dice mi madre que le contó la suya, que en sueños le decían unas voces. Tanto fue así que mi abuela llegó hasta un hombre que hacía trabajos, curaba enfermedades, hablaba con los muertos. Después de una reunión en la que mi abuela le explicó el problema y le contó lo de las voces por las noches, el hombre se decidió a ayudarla. Un amanecer fueron hasta una zona despojada, el viento erizaba la capa de agua helada. Desde acá, dijo el hombre, lo vamos a encontrar. Sacó un pedazo de pan de adentro de una bolsa que llevaba, lo masticó y lo fue trabajando con la saliva hasta hacerlo una papilla. Después se lo sacó de la boca y rezando lo cortó en pedazos más chicos que tiró al agua. Dicen que en voz baja, cantaba. Siguió el pan hasta que los pedazos se juntaron en un lugar cerca de la orilla. Así fue como encontraron a mi abuelo, que más que un golpe, tenía abierto el orificio de un balazo en el cráneo que ya se le adivinaba a través de la carne comida por los peces.

Si tomamos hechos como este, o mejor dicho anti-hechos, ya que lo fantástico parece ser lo que no podría, lo que no debería pasar, la idea de que lo fantástico sea lo excepcional, es tal vez errada. Lo fantástico es todo lo que está por fuera del eje de lo ‘’real’’ o tal vez mejor dicho, parasitario de lo ‘’real’’, se nutre de ello, lo transforma. Me quedo pensando entonces, si lo que nosotros creemos excepciones, no son reglas reconocibles y constantes. La excepción, podríamos decir, sería la normalidad. La idea de una realidad peinada. Lo terrible, pienso, es que una civilización, durante cientos de años, se haya esforzado tanto en organizar sus instituciones para educar, encarcelar, diagnosticar, para intentar construir un orden que deje afuera todo lo que se mueve en la periferia amenazante de su mirada.

El hecho fantástico rompe con la idea de la religión y se queda en ese territorio de lo espiritual, en el que las cosas permanecen flotando en un misterio no representado. Hace de la ausencia, del estar en sombra, su potencia y viola las restricciones de la realidad una y otra vez.

Las puertas de la percepción

Una tarde de su juventud, el poeta inglés William Blake, fue con su padre hasta el estudio de un grabador para que este lo tomara como discípulo. Después de que los Blake se entrevistaran con el artista, salieron a caminar y el padre preguntó al joven poeta qué le había parecido el hombre. No sé, contestó el joven William, me pareció raro, hay algo que no me termina de gustar, tiene cara de que va a morir ahorcado. El padre de Blake, severo y rígido, y que venía soportando las visiones de su hijo desde que el poeta había aprendido a hablar, lo trató de desagradecido y lo reprendió. Años más tarde, el grabador fue condenado a la horca por estafa.

Si uno entrenara la mirada y aceptara esos otros hechos naturales, sin la necesidad de representarlos bajo una idea preestablecida, la posibilidad de que lo fantástico se haga visible sería más grande. Ojalá pudiéramos todos los días tomarnos unos minutos para volver a conectarnos con lo que nos quitó la mirada entrenada del mundo, su educación. El mismo Blake dejó escrito que si las puertas de la percepción estuvieran limpias, todo aparecería como realmente es, infinito.

El género fantástico es, como podríamos decir que es la poesía, un género que busca subvertir la realidad, el orden establecido. Lo que lo convierte en un género notablemente político. Porque lo fantástico como dice Caillois, citado por Rosemery Jackson en su ensayo: Fantasy, literatura y subversión, implica siempre una ruptura del orden reconocido, una irrupción de lo inadmisible dentro de la inmutable legalidad de todos los días.

Corre rápido, vuela mejor

Un poco más acá en el tiempo y en las circunstancias, la atleta, actriz y activista norteamericana, Aimee Mullin, nació con Hemimelia Peronea. Una enfermedad que afecta las pantorrillas y los pies haciéndolos crecer hacia adentro. A causa de esta enfermedad perdió las piernas antes de cumplir un año. Cuando todos le auguraban una vida llena de problemas, lejos de darse por vencida, Aimee se preparó para lo distinto. Y la ciencia y la tecnología la acompañaron en ese camino, creándole piernas que le permitieron romper records en carreras de 100 y 200 metros y salto en largo en los juegos paralímpicos del año 96. Esos primeros modelos que le diseñaron los científicos, estaban basados en las piernas de las gacelas. Hoy cuenta con doce pares de prótesis, algunas basadas en distintos animales y que más que piernas protésicas para una persona con capacidades diferentes, parecen las poderosas extensiones de los superhéroes que vemos en las películas.

En una entrevista Aimee contó: “Invité a una decena de niños a ver mis doce pares de piernas. Al principio se sentían intimidados porque desde corta edad les enseñan que las personas con discapacidad deben ser vistas con respeto e incluso varios intentaban apartar la vista de mis prótesis. Los niños se sintieron cómodos cuando les pregunté qué tipo de piernas debía usar para la próxima oportunidad. Varios respondieron que debía usar prótesis de canguro, ranas o de algún dibujo animado con el cual no estoy familiarizada. En ese momento los niños dejaron de verme como una persona diferente. Hay que tomar en cuenta la creatividad de los niños para convertir a alguien “lisiado” en un potencial superhéroe."

El acierto del fantasma

En el año 2004 un problema en la columna me dejó sentado, casi sin poder moverme en un sillón durante seis meses. Me quedé sin trabajo y tuve que dejar la casa que alquilaba. Totalmente deprimido después de la operación, sin tener un lugar dónde vivir, fui a parar a una casa en la que había nacido y vivido un personaje nefasto de nuestra historia. Mis amigos habían tomado la casa hacía unos meses y, conociendo la historia terrible del lugar que estuvo abandonado durante años, decidieron hacer un exorcismo artístico. Para eso llevaban adelante actividades poco recomendables. Por las noches, los seis habitantes de la casa teníamos la costumbre de armar rondas y jugar al juego de la copa. Cuando preguntábamos con quién hablábamos, la copa nos marcaba las iniciales del nombre del personaje nefasto. Pensando que seguramente lo fantástico también sea, más allá de nosotros, a pesar de nosotros, transcribí una parte textual del diálogo de una de esas noches:

-¿Qué tenés para decir hoy?

-Es hora de despertar

-¿A qué hay que despertar?

-A existir.

¿Qué es morir?

-Dejar de ser fantasma

-¿Vos sos fantasma?

-Ustedes son fantasmas

-¿Cómo tenemos que hacer para estar vivos?

-La pregunta es de fantasma.

-¿Sabés qué va a pasar?

-Ya pasó

-Existe el tiempo

(no contesta)

-¿Hay antes y después?

-No

-¿Y la muerte?

- La muerte es.

(Texto leído en el III Encuentro Internacional de Literatura Fantástica, 2016)

Marcelo Carnero nació en Buenos Aires en 1978. Se formó en escritura creativa con Selva Almada y Julián López, y en piano y composición musical con Lucía Besfamille.

Es co-director de Espacio Enjambre.

Tiene editados los libros: Tratado de cuerpo (Ediciones La Carta de Oliver, 2008), Sentido de la oración (Editorial Abeja Reina, 2010), Pequeño territorio de lo cierto (Curandera, 2011) y la novela La boca seca (Mar dulce, 2014). En 2017 se publicará su próxima novela La edad del agua por la editorial Mardulce.

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