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Edición especial: textos de los alumnxs de Espacio Enjambre


Carlitos

—No sé si estoy segura —pienso—, pero la Directora nos hace entrar. El olor a comida flota en el comedor enorme, armado con mesitas de diferentes clases y grupos de cuatro chicos en cada una.

—Por acá, pasen, pasen por favor.

Entro aunque tengo ganas de salir corriendo. Hago un giro hacia la izquierda y luego hacia la derecha, clavada en los talones. Los chicos comen en silencio, levantan sus cabezas del plato y nos miran. Rody se me adelanta ansioso pero la Directora lo toma del brazo y lo lleva al fondo del comedor.

‒Por acá

Los sigo unos pasos detrás. Doblamos por un pasillo iluminado con tubos fluorescentes. Miro de reojo por las ventanas.

— Son las habitaciones de los más chicos—, dice la Directora. Las ventanas tienen cortinas transparentes, las camas son cuchetas. No veo nada tirado por el piso, ni juguetes ni ropa.

“Así podemos vigilarlos”, dice nuestra guía. Rody me mira, percibe mi falta de entusiasmo y me hace un gesto de impaciencia. Estoy consciente de que hoy soy un verdadero obstáculo en el día más feliz de su vida.

Ayer recibimos la notificación del Juzgado; el regalo más fabuloso que Rody hubiera podido desear: nos avisan que hay un chico para adoptar, tenemos que ir a buscarlo. Debo admitir que creí que el momento no llegaría nunca, por eso no lo pensé demasiado cuando nos inscribimos.

Ahora que llegó el momento, entro en pánico pero ya es tarde.

—Pasen por favor, —dice la Directora— y entramos con ella al dormitorio enorme. Hay ocho camas cuchetas y calculo: dieciséis chicos duermen acá. La habitación está en penumbras y parece vacía. Piso con cuidado, si hago ruido algo pasará, la adopción se frustrará y Rody ya no podrá ser padre.

—Levantate Carlitos, vinieron a visitarte.

En la oscuridad unas mantas se revuelven y Carlitos se sienta en la cama abrazándose las rodillas, la cabeza pegada a ellas. Rody se acerca, yo quedo detrás, la Directora prende las luces del dormitorio que se vuelve blanco y enceguecedor.

—Carlitos está medio enfermito hoy, por eso se quedó en la camita —dice la Directora—.

—Bueno Carlitos, hijo —sigue, tratando de desprenderlo, — ¿qué hablamos? aver, aver, límpiese esos mocos, mire a sus papás, ¡qué lindo! va a tener papá y mamá ahora, como la Jessi y el Walter, que ya salieron.

— Y Tadeo, ¿se acuerda del Tadeo Carlitos?

Carlitos niega con la cabeza todavía escondida; no podemos verle la cara.

La mujer dice: “buenobuenoyaaa, yaaa. Ya nos vamos y lo dejamos tranquilo”. Nos alejamos de la habitación detrás de ella por el pasillo de fluorescentes, hasta una oficina chiquita, sin ventanas. Nos invita a sentarnos y nos sirve un té. Tiene la cara gorda y transpirada, parece nerviosa. Se ríe antes de hablar.

— ¿Les contaron algo de Carlitos? —pregunta mirándonos alternativamente—. Y antes de que contestemos nos dice:

—Nadie lo quiere—, y agrega enseguida: “por lo de los pelos”.

Alguien golpea la puerta, la mujer dice “adelante” y entra Carlitos: se tapa la cara con las manos y mira entre los dedos. Ella lo alza, y corre un poco la silla para sentarlo en su falda. Trata de convencerlo de que nos muestre la cara, pero él no quiere. Entonces la mujer le dice que a nosotros no nos importa, que también somos raros. No atinamos a interrumpirla y sigue: “muéstreles, hijo”.

El nene aparta las manos y nos mira: tiene toda la cara llena de pelos, sólo se le ven los ojos. Es un pelaje espeso, que confunde la cabeza y la cara. Si no fuera por los ojos que le brillan, no podría asegurarse si está de frente o de espaldas a nosotros.

— ¿Pero… qué…? alcanza a decir Rody, yo no puedo reaccionar, me quedo mirando esa cosa peluda que tenemos enfrente. La mujer se apura a decirle: — ¿No ve, Carlitos que ellos también son raros?—, mire la cara de la señora, está llena de manchas marrones—Instintivamente me paso la mano por mi cara llena de pecas.

—Y el pelo rojo, Carlitos, — ¿ve?—, ¿usted conoce a alguien con el pelo rojo?

—Mírelo a él ahora, mire qué raro, no tiene ni un solo pelo en la cabeza, le va a poder prestar un poco— dice— y suelta una carcajada. El chico ríe también y cuando abre la boca se ven los dientes, blanquísimos. Y afilados.

—Dele un beso a sus papás, —dice la mujer— y el nene se acerca a mí primero y siento el roce del pelo suave contra mi mejilla. Rody le extiende la mano “qué tal varón”, le dice tratando de disimular la impresión.

La mujer le pide a Carlitos que vaya a jugar así conversamos, y él pregunta si prepara el bolso. Ella le dice que sí, y que no se olvide de poner su juguete favorito. Nos quedamos mirándolo salir por la puerta y todavía tenemos la boca abierta cuando la Directora dice que es una suerte que Carlitos se pueda convertir en hijo de alguien. Rody atina a preguntar si no es posible afeitarle la cara; sacarle todos esos pelos de la frente, los párpados, la nariz. No, no es posible, su condición hace que tenga una piel muy sensible al sol, sin esa protección tendría quemaduras horribles.

—Una vez, —nos cuenta— un matrimonio lo llevó. El chico se entusiasmó y se portó muy bien la primer semana, pero cuando lo empezaron a llevar a la escuela, y los compañeros se burlaron de él, se defendió mordiendo.

—Y ya vieron los dientes afilados que tiene— dijo subrayando afilados.

El matrimonio se asustó tanto que vino a devolverlo. Carlitos no quiso comer por varios días.

—Perdone —digo—, pero no sabíamos nada de esto, ¿qué enfermedad tiene? ¿Por qué está para adopción?

—Sabemos poco de la historia, —dice—, no tiene ninguna enfermedad, lo revisaron los doctores, él nació así. Su padre era un paraguayo que lo llevaba en una jaula para exhibirlo en diferentes pueblitos de la frontera. Cobraba la entrada, y de vez en cuando, dejaba que lo toquen. Empezó a correrse la voz, y el padre, para que pareciera más feroz, le limó los dientes. Es lo único que le provoca molestias, tiene mucha sensibilidad al frío y al calor en la boca. Por lo demás, con lavarle la cara con shampoo, lo mismo que la cabeza, está bien.

— ¿Y cómo llegó acá?—, la interrumpe Rody.

—Una noche que el padre se emborrachó, dejó la jaula mal cerrada. Carlitos desanudó los alambres, empujó la puerta y corrió. Atravesó la selva guiándose por el instinto, bordeando el río, hasta que resbaló y cayó en un rápido. Ya era de madrugada y lo vieron unos pescadores. El resto, bueno, ya lo saben, intervino la policía, la justicia y lo dejaron acá hasta que apareciera alguien que quisiera adoptarlo, pero hasta ahora…

Estamos demasiado sorprendidos como para decir algo, y no me quiero imaginar nada del futuro con Carlitos. Rody me mira levantando las cejas. Lo conozco, cuando no sabe qué hacer, me mira a mí para que actúe. Le pido a la Directora si nos puede dejar solos un rato para que hablemos; la mujer dice “por supuesto” y “disculpen”, se levanta y sale.

Cuando estoy segura de que nadie nos escucha, le digo a Rody que no estoy dispuesta, no me siento capaz. El intenta decir que quizá podamos sacarle esos pelos.

—Ya escuchaste que no —le digo—. La mujer nos presiona, nadie nos dijo nada de esto, tenemos derecho a negarnos. Rody no se decide, dice que tal vez deberíamos probar, quizá nos acostumbráramos. Le pregunto si se volvió loco, que nos vayamos ya mismo. Seguimos discutiendo hasta que logro arrancarlo de allí tironeándolo de un brazo y subirlo al auto. Pongo primera y manejo así casi un kilómetro. Más adelante ya se ve la ruta.

María Alicia Favot nació en 1957, vivo en Cipolletti, Río Negro. Trabajo en el Poder Judicial de la Provincia, actualmente como Juez de Cámara en el fuero Civil. Fui Defensora de Pobres y Ausentes y Juez de Familia. Empecé en el año 1989 a trabajar en el Poder Judicial. También soy maestra y maestra jardinera y ejercí ambas profesiones, porque como terminé el secundario muy chica (a los 16), tuve tiempo para hacer estas carreras en la Universidad Nacional del Comahue y también me recibí de profesora de piano, que no cuenta, porque no me acuerdo nada. Bueno, escribo porque me parece tan fascinante como pintar y dibujar, porque puedo inventar y vivir mundos a mi antojo, sin reglas ni más leyes que las mías.

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